Un complicado cierre de año para los mercados financieros

A días por concluir 2021, las expectativas del anhelado repunte económico del país han disminuido, principalmente en dos de los indicadores de mayor relevancia: el Producto Interno Bruto y la inflación. 

 

De acuerdo con la Junta de Gobierno del Banco de México (Banxico) la economía doméstica crecerá 5.4% en 2021, en su escenario central, por debajo del 6.3 por ciento que tenía proyectado anteriormente. 

 

En ese tenor, para la inflación al cierre de año, se pronostica un nivel de 6.8 por ciento, casi un punto porcentual por encima de las expectativas de 5.7 por ciento. Este aumento en la inflación representa para millones de mexicanos -la mayoría- incrementos considerables en precios de los productos de la canasta básica: tomate, chile, frijol, carne de pollo, carne de res, tortilla, gas natural, etc.

 

La ruta para los siguientes meses e inicio de un 2022 a la vuelta de la esquina probablemente continúe sesgada hacia un dólar estadounidense más fuerte y un incremento en las tasas de interés a corto plazo. 

 

Esta combinación resulta en un marco retador para la operación de los activos de riesgo y especialmente para aquellos de regiones emergentes donde el peso mexicano recientemente ha observado una nueva fase de elevada volatilidad. 

 

A este escenario le sumamos los cambios al interior del propio banco central mexicano que, en un sorpresivo giro de 180 grados, Arturo Herrera dejó de ser considerado como la propuesta principal de Andrés Manuel López Obrador para dirigir Banxico y es Victoria Rodríguez Ceja, subsecretaria de egresos de la Secretaría de Hacienda y Crédito Pública (SHCP), la abanderada a partir de enero del 2022.

 

Si las previsiones del Banco de México resultan acertadas, la economía terminará la primera mitad del sexenio con un nivel 3.4 por ciento inferior al que teníamos al comenzar esta administración.

 

¿Qué fue lo que consideró el Banco de México para hacer un ajuste tan drástico de sus pronósticos?

 

Primero, el resultado del tercer trimestre, en el cual la economía retrocedió en 0.4 por ciento respecto al segundo trimestre; la tasa anual, el crecimiento resultó en 4.7 por ciento. De esta manera en los tres primeros trimestres de este año el promedio del crecimiento del Producto Interno Bruto fue de 6.1 por ciento.

 

Para que el promedio resulte de 5.4 por ciento para todo el año, debemos esperar que ese ritmo de crecimiento baje a 3.3 por ciento, a tasa anual, durante el último trimestre de este año.

 

Los problemas de suministro a nivel global, que han afectado a la industria como la escasez de chips y semiconductores son factor primordial para este ajuste.

 

Así mismo, en el mercado interno el efecto del cambio de las reglas en el outsourcing provocó una caída de 0.9 por ciento en el sector terciario de la economía durante el tercer trimestre. 

 

No hay nada que garantice que en el último trimestre del año se recupere lo perdido, al contrario, la preocupación en los marcados aumenta con la aparición de una nueva variante del COVID así como la llamada cuarta ola tendrán un impacto directo en rubros como el turismo.

 

La semana pasada, Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed), declaró ante el Congreso de su país que los datos actuales quizá ameriten retirar el adjetivo “transitorio” de las expectativas de inflación a nivel global.

 

En lo local, hace tiempo que el presidente López Obrador ya no insiste en la generación de una métrica diferente a la del PIB, con un nuevo indicador que él mismo denominó como «el bienestar».

 

Luego que la semana pasada el presidente celebró en el zócalo los «logros» a tres años de su mandato se nos antoja vivir en su realidad alterna de finanzas estables, peso sin devaluación, el no incremento de deuda ni préstamos de organismos mundiales, impuestos sin aumentos.