EL EMBRUJO DE LEER

El acto de leer es místico. Es construir una conexión interminable con el entendimiento, para convertirse en miembro vitalicio de la sociedad secreta del saber.

Por: Jesús Salvador Guirado López

El culto al libro es uno de los dogmas de una escasa sociedad secreta que ha sido afectada por la pasión de leer. De hecho, los libros proporcionan las primeras experiencias de la vida, y aun cuando posteriormente nos ocurren acontecimientos similares, siempre habrá una enigmática sensación de haber tenido un deja vu.
El lector encuentra un significado a lo que lee, adjudicándole un sentido a un sistema de signos para luego descifrarlo. Es un hermeneuta. Un intérprete aprendiz de un lenguaje misterioso. En lo personal, siempre he buscado con pasión en los libros las respuestas de algunas preguntas. Y no puedo dejar de seguir buscando.
El acto de leer es místico. Es la construcción de una conexión interminable con el entendimiento. Quien logra establecer esa conexión con los libros se convierte en miembro de la sociedad secreta del saber. Es una pasión enloquecedora. Los libros son solo una forma de leer. Desde la antiguada el ser humano era un lector. Los signos, las señales, las pinturas rupestres eran pretextos para leer.
Desde que el primer escriba (personaje culto y experto en jeroglíficos del antiguo Egipto) escribiera las primeras letras, el cerebro humano ya era capaz de actos de escritura y lectura, que aun se encontraban en el futuro. El cerebro estaba en condiciones de almacenar, recordar y descifrar toda clase de sensaciones, incluidos los signos arbitrarios del lenguaje escrito que aún estaba por inventarse.
Así, el filosofo Platón tenía razón cuando decía que el conocimiento de la cosa existe en nuestra mente antes de percibirla en la realidad. El habla evoluciona en el mismo sentido. Descubrimos una palabra porque el objeto o idea que representa ya existe en nosotros. La extensa complejidad del cerebro no ha sido aún explicado por la ciencia.
Por otra parte, ¿sabemos leer? El acto de leer está comprometido por el lenguaje, el cual está enajenado. Es decir, los significados de las palabras no nos pertenecen, nos han sido heredado por nuestras familias y maestros de escuela. Por ello la lectura nos convierte en hermeneutas. Es decir, en interpretes de textos.
El arte de interpretar lo que leemos, su estudio profundo, ha sido soslayado en la historia. Leer no es el mero hecho de presuponer un sentido a las palabras. El significado de las palabras también es un producto de un consenso social. Entonces es importante para comprender un texto interpretar las condiciones históricas en que se creo, la psicología de su creador, entre otras circunstancias.
Debemos primero aprender a leer y después a interpretar lo leído. Es necesario completar el proceso. Analizar exhaustivamente lo que leemos. Entrar en las paginas de un libro es adentrarse en un mundo desconocido aun para el propio creador. Es aventurarse con los riesgos que implica, ingresar al complejo mundo del entendimiento. Leer es hurgar en otras mentes, en ocasiones de otros tiempos. Es la pasión de saber. Aunque como dice el psicoanalista francés Jacques Lacan: “hay mucha pasión por no saber”.
Leer es un embrujo que nos conecta con el lenguaje de los signos. Un texto puede ser leído varias veces sobre el cual siempre será posible alcanzar una mayor comprensión. Los expertos acusan falta de concentración. Es preferible la versión que alude al hechizo que nos conecta con las palabras que se develan solo ante quien las busca incansablemente.
Para Sócrates los libros solo eran ayudas para la memoria. Para el gran filosofo el texto leído no era más que sus palabras, en las que el signo y el significado se superponían con una precisión desconcertante. La interpretación, la exégesis, la glosa, el comentario, la asociación, la refutación, el sentido simbólico, y el alegórico, no nacían del texto, sino del lector.
El texto como si fuera una pintura, solo mostraba “la luna”; era el lector el que le proporciona un rostro brillante, un cielo oscuro, un bello paisaje. Leer es interpretar. El autor propone su versión. El lector elige la suya. Algunos lectores alcanzan a comprender mensajes de un texto que otros no. Cada libro se devela ante quién quiere, incluso sin el consentimiento del autor, siempre inconsciente incluso de lo que escribió.
Al respecto, Franz Kafka es implacable: “creo que solo debemos leer libros que muerdan y arañen. Si el libro que estamos leyendo no nos despierta como un golpe en el cráneo, ¿para qué molestarnos en leerlo?…lo que necesitamos son libros que nos golpeen como una desgracia dolorosa, como la muerte de alguien a quien queríamos mas que a nosotros mismos. Libros que nos hagan sentirnos desterrados a los bosques más lejanos. Lejos de toda presencia humana, como un suicidio. Un libro debe ser el hacha que quiebre el mar helado dentro de nosotros. Eso es lo que creo.”
Imaginemos por un momento una lectura de impacto como la descrita por Kafka. Sería capaz de traspasar el alma. Sería capaz de hacernos desaparecer la verdad es que solo unos cuantos tienen la suerte de leer un libro que los haga caer en ese embrujo.